Imaginar el mundo con las manos.

La primera vez que conocí a Idoya, la protagonista de esta historia, supe que el proyecto iba a ser una experiencia intensa. Idoya es sordociega. Desde pequeña no puede ver, ni oír, ni hablar. Su relación con el mundo es a través de las manos. En ellas está la capacidad de expresarse y de sentir.

Idoya -y toda persona sordociega- necesita a alguien que le haga de intérprete.  Una persona que le explique mediante un lenguaje de signos táctil aquello que sucede a su alrededor. La única manera de salir de su propio silencio y oscuridad es justamente gracias a ese contacto con el mediador. No hay otra manera de expresarse. Cuando Idoya tiene a su intérprete a su lado, ella se siente a salvo y conectada con el mundo. Descubrir esta relación inevitable de dependencia, me empujó a encarar la historia en esa dirección.  Al principio tuve algunas dudas de cómo enfocarlo, pero finalmente decidí que quería abordarlo metafóricamente. Idoya sería el centro de la historia pero dentro de un contexto imaginario. Me empapé de sus sensaciones y de las experiencias que me contaban sus padres.

Dándole vueltas a la importancia que tienen las manos, pensé que sería interesante que la figura del intérprete fuera un pianista. Alguien que se expresa a través de sus manos con una fuerza arrolladora. Fue entonces cuando conocí a Feodor Veselov, un pianista ruso fantástico. Cuando le vi tocar, tuve clarísimo que era él quien debía acompañar a Idoya en esta historia. Feodor debía ser ese personaje que acaba “liberándola” de su soledad y aislamiento. Como ese pájaro que consigue escapar de esa casa donde está encerrado.

Feodor e Idoya se convirtieron prácticamente en la misma persona durante el rodaje. La conexión entre ellos fue brutal. Aquellos días fueron una experiencia para todos. El rodaje en sí no fue sencillo.

Un camino arenoso, un bosque, un campo de trigo… cualquier lugar diferente al entorno diario de Idoya resulta complicado para ella. Fácilmente puede sentirse desorientada, extraña. Explicarle el mundo que estábamos intentando recrear frente a la cámara no fue tampoco sencillo pero sí  emocionante.

“Puedo afirmar que Idoya es una chica feliz”. Así de rotundas fueron las palabras de su madre cuando me presentó a Idoya por primera vez. Idoya vive cada instante con muchísima intensidad. Se aferra al presente como pocos sabríamos hacer.

Conseguimos también que Alex Brendemühl y su hijo nos deleitaran con las conversaciones que escuchamos a lo largo de toda la película. No hay nada escrito de guión. Son conversaciones espontáneas sobre la naturaleza, los sentidos, el miedo y la relación de dependencia que existe entre un padre y su hijo. Esa misma relación que existe entre una persona sordociega y su intérprete.

El proyecto fue sin duda una aventura maravillosa a nivel personal y emocional.

Idoya, Feodor, Alex, Max, todos… Gracias.

Fotos: Mariluz Vidal