Be kind, remake

La fanfiction audiovisual como razón de ser (y jugar)

por Roger Estrada

“Nuestro padre fue el que trajo las películas a nuestras vidas, nos llenaba la cabeza con ellas todo el día. Llegamos a tener unas 5.000 entre VHS y DVD. Crecimos con la idea de que existía otro mundo allí fuera, un mundo que desconocíamos, y creo que en cierta manera las películas nos ayudaron a crear nuestra propia especie de mundo”.

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Mukunda, Narayana, Govinda, Bhagavan, Krisna y Jagadesh son seis hermanos que, junto a su hermana pequeña Visnu, llevan prácticamente toda su infancia viviendo recluidos en el pequeño apartamento que la familia Angulo tiene en el edificio de protección oficial Seward Park Extension, en el Lower East Side neoyorquino. Su padre, Oscar, no quiere que entren en contacto con los peligros de una sociedad corrupta a la que deplora, así que ejerce de carcelero mayor de sus reducidos dominios sembrando un temor latente entre su prole. Presa también de este egomaníaco iluminado está Susanne, la madre, una mujer abnegada por el bien de unos hijos a los que educa en casa –una tarea por la que recibe una ayuda gubernamental–, al tiempo que protege emocionalmente del beodo patriarca. Narrada así, la historia que nos cuenta el documental The Wolfpack provoca estupor y congoja. Pero la locuacidad que muestran los hermanos ante la cámara de la debutante Crystal Moselle revela una realidad todavía más fascinante y a la postre esperanzadora: a pesar del ostracismo y de la sumisión a un padre ultraprotector, estos chavales verbalizan unas reflexiones, no exentas de melancolía pero también de humor, muy maduras para su edad. “Lo más positivo de haber crecido con nuestro padre es que siempre pensaba mucho. Al no ser muy abiertos con otras personas durante nuestra infancia, me pasaba el día ensimismado pensando en mis cosas”, recuerda resignado Govinda.

Pensar es para ellos vivir, proyectarse más allá de los confines de su microuniverso en la planta dieciséis. Y esta capacidad de fantasear se ha visto sin duda alimentada a lo largo de los años por el visionado de unas películas que devoran con fruición y cuyos diálogos transcriben a mano para luego recrear ante la misma cámara doméstica con la que el padre ha ido grabando la cotidianidad ritual de su tribu, de su camada. Contemplar su recreación de escenas de Reservoir Dogs o El caballero oscuro provoca al mismo tiempo ternura, por cuanto esta tiene de juego por todos reconocible, y compasión, pues es imposible no entender dicho juego como un balsámico apósito con el que cubrir unas heridas emocionales que los chavales dejan tímidamente entrever a lo largo del metraje. “Si no tuviera las películas la vida sería aburrida y no habría razón para continuar. Siempre pensé que sería un chico solitario, viviendo en soledad. Es algo común a las películas, el chico tímido y solitario. Así fue mi niñez”, admite Govinda, el hermano cuyo testimonio provoca mayor desconsuelo. Por contra, Mukunda halla en el cine no solo reconfortantes fantasías sino personajes de ficción cuyas historias le pueden servir de acicate para transformar su propia realidad: “Después de ver El caballero oscuro creí que algo podría suceder. No porque fuera Batman, sino porque se sentía como otro mundo. Hice todo lo que pude para volver ese mundo en el algo real y poder así escapar del mío”… 

Be kind, remake. La fanfiction audiovisual como razón de ser (y jugar) – O Productora Audiovisual
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Viendo The Wolfpack, uno de los títulos más fascinantes de este 2015 y Gran Premio del Jurado al Mejor Documental estadounidense en el último Festival de Sundance, es inevitable acordarse de Rebobine, por favor, la adorable y a mi modo de ver infravalorada comedia de Michel Gondry estrenada en 2008. El film parte de una de una surrealista premisa argumental marca de la maison: un videoclub pierde todo su catálogo de cintas VHS al ser accidentalmente magnetizado a raíz del sabotaje a una planta eléctrica perpetrado por un enloquecido chaval (Jack Black, claro). Así, el film se erige como un conmovedor homenaje al cine como experiencia comunal cuando sus protagonistas deciden recrear, usando todo tipo de cachivaches de naturaleza casera y añadiendo nuevas ideas de cosecha propia, aquellas películas que los clientes acuden a alquilar después del desastre. Necesitados de una excusa que explique por qué no pueden entregarles los VHS deseados al instante, se sacan de la chistera una excusa igual de delirante que su artimaña: las pelis vienen de Suecia. Esta coartada argumental –imposible de mantener en cuanto sus recreaciones provocan que el videoclub adquiera un éxito sin precedentes– acabaría traspasando la pantalla al ser adoptada para acuñar el término “películas suecadas” para referirse a aquellas versiones amateurs de títulos famosos –eso es, célebres en el imaginario de la cultura pop– realizadas con poco presupuesto y recursos fílmicos ajustados.

Rebobine, por favor fue un sonoro fracaso en taquilla y no recibió precisamente halagos por parte de la crítica, pero su influencia en el devenir de la fanfiction audiovisual es incalculable. “¿Cómo hacer una película contigo y para ti?” –se preguntaba el propio Gondry en el vídeo Be Kind Rewind – How to Swede del canal oficial de la peli en YouTube– “No tiene que ser buena, no es una competición. Se trata solo de hacerla para luego poder disfrutarla con los demás”. Lo decíamos antes, el cine, en la pantalla y más allá de ella, como experiencia comunal. Y es que como apunta John Finlay Kerr en las conclusiones de su interesantísimo ensayo ‘Rereading’ Be Kind Rewind:How film history can be remapped through the social memories of popular culture, “más que precisas copias de las películas originales, las suecadas de Gondry representan una verdad mayor sobre la cultura cinematográfica actual. Sus transformaciones funcionan como registros de las respuestas a esas películas; su ubicación en la memoria social”. Así pues, no es de extrañar que en los meses posteriores al estreno de la peli de Pandora protagonizada por Jack Black y Mos Def fueran aquellos clásicos modernos con mayor capacidad para conectar con el fanatismo pop los primeros en aparecer suecados en YouTube: Blade Runner, La historia interminable, Regreso al futuro, La jungla de cristal, Solo en casa, Terminator 2, Jurassic Park o la trilogía de El Señor de los Anillos cuentan con descacharrantes, entrañables reinterpretaciones que, en mayor o medida, siguen las siete reglas que debe cumplir toda peli suecada según el blog Sweded Cinema. A saber:

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1. Debe basarse en una película ya existente.
2. La duración oscilará entre dos y ocho minutos.
3. No puede contener imágenes generadas por ordenador.
4. El título en el que se basa no puede tener más de treinta y cinco años.
5. Los efectos especiales se limitarán a trucos de cámara y manualidades.
6. Los efectos sonoros deben ser de naturaleza humana.
7. La peli suecada tiene que ser hilarante.

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Con una voluntad menos restrictiva, apelando tan solo al espíritu amateur, casero y divertido del “nuevo” fenómeno, Bryan Harley y Roque Rodríguez montaron en 2008 el , un festival pionero en la materia. En su primera edición, celebrada el 9 de agosto en una pequeña galería de Fresno, California, Harley presentó su suecada de Sospechosos habituales y Rodríguez las de Robocop y En busca del arca perdida. Con esta última, los organizadores querían de alguna manera rendir tributo no solo a Steven Spielberg, un director sin el que no entenderíamos el cine moderno como fenómeno de masas, sino también a Chris Strompolos, Eric Zala y Jayson Lamb. En 1982, con tan solo doce años de edad, estos tres amigos de Mississipi empezaron a rodar la recreación plano a plano de las primeras aventuras de Indiana Jones. Con un presupuesto de 5.000€, sin una versión en VHS que revisar, recopilando información y fotogramas de las revistas de la época, colando una grabadora en una de las proyecciones para obtener su banda sonora y con efectos especiales artesanales, acabaron rodando unas cuarenta horas de metraje… durante un periodo de siete años.

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 se estrenó semiclandestinamente en 1989 y permaneció olvidada hasta que en 2003 Eli Roth, que acababa de debutar como director con la aterradora Cabin Fever, le hizo llegar una copia –obtenida durante su época de estudiante en la escuela de cine de la Universidad de Nueva York– al crítico Harry Knowles, editor de Ain’t It Cool News y programador del festival-maratón Butt-Numb-A-Thon. La respuesta fue tal que Roth decidió contactar con sus creadores para proponerles un reestreno en condiciones en el Alamo Drafthouse de Austin, Texas. Sucedió y, ¡boom!, histeria generalizada y, con esa velocidad que solo tiene la pólvora que se propaga por los valles de Hollywood, una copia llegó a manos de George Lucas, coproductor de la original. Este no tardó en invitar a Strompolos, Zala y Lamb a su Skywalker Ranch y a visitarle luego en las oficinas de Amblin, donde conocerían a un Steven Spielberg que ya les había expresado por carta su entusiasmo por la película-tributo. Efectivamente, como decía el malogrado Andrés Montes, la vida puede ser maravillosa…

…Pero, en última instancia, ¿qué nos dice el fenómeno de las películas suecadas, de los fan films, sobre nuestra manera de relacionarnos con el audiovisual en pleno siglo XXI? Acudamos a otro experto. En su libro Convergence Culture: Where Old and New Media Collide, el académico especializado en medios de comunicación Henry Jenkins explora el auge de la cultura participativa en un momento en el que los fans tienen un papel absolutamente central en el modo de operar de las industrias culturales, incluida la cinematográfica. Jenkins destaca el “cada vez mayoritario carácter anticipativo de fandom actual; la reacción del fan se produce antes del estreno de la película en cuestión, apenas visionado el tráiler”, material especialmente sensible cuando se trata de adaptaciones de obras de culto en otro medio –el cómic – o de remakes de clásicos del cine de género –la undécima entrega de la saga Star Trek, dirigida por J.J. Abrams. Como no podía ser de otra manera, la película más esperada del año –¿de la década?– Star Wars: El despertar de la Fuerza –también de Abrams, el nuevo Spielberg–, conoció una versión suecada de su primerísimo trailer apenas un mes después de ver este la luz. ¿Sus autores? Bryan Harley y Roque Rodríguez, los impulsores del Swede Fest. Mientras estas líneas se escriben, el dúo ha colgado en el canal de YouTube de su productora Dumb Drum –guiño a un personaje del videojuego Donkey Kong Country, otro referente pop– del Episodio VII de La guerra de las galaxias, una saga cinematográfica tan consciente de la fuerza participativa de su legión de seguidores que desde 2002 promueve la celebración de los Official Star Wars Fan Film Awards para reconocer el esfuerzo de todos esos entusiastas que con sus recreaciones amateurs no hacen sino proyectarse en las hazañas bélicas de sus héroes en una galaxia muy, muy lejana… El fandom como razón de ser o, en el caso de los hermanos Angulo, el fandom como razón para vivir.

Otros formatos fandom

LEGO es un acrónimo formado por las palabras que conforman la expresión danesa “leg godt” –jugar bien– y lo cierto es que son incontables las horas que habremos pasado en nuestra infancia jugando rematadamente bien con los sets surgidos de la chistera de su creador, Ole Kirk Kristiansen. El ingente caudal de piezas, sets, escenas, universos y aventuras ha sido desde hace décadas materia prima perfecta para la filmación de pequeñas joyas de la animación amateur a mayor gloria del stop-motion-verité. En las antípodas del despliegue digital del hilarante e inteligentísimo (auto)homenaje de The LEGO Movie, los brickfilms que inundan YouTube –como el seminal  filmado en Super 8 por Lars y Henrik Hassing, primos de doce y diez años, en 1973– no hacen sino recordarnos, con mayor o menor pericia, que el cine es en esencia un juego y como tal no entiende de edades. Muchas ganas de pasarlo en grande jugando en familia –y un fanatismo por Depeche Mode rayante en lo obsesivo– es lo que seguramente empujó a Claudia y Ronny, una pareja alemana, a disfrazar a su hijo de tres añitos para recrear el videoclip de Enjoy the Silence. La pieza, entre divertida e inquietante, es otra más de las historias de fe y devoción recogidas por Jeremy Deller y Nicholas Abrahams en un documental, cuyo subtítulo “Our Hobby is Depeche Mode” pone de relieve nuevamente la fina línea que separa el homenaje del fan y la recreación del eterno Peter Pan. Tirando del hilo juego-videoclip-juego hay que mencionar dos recientes fan pieces dignas de aplauso.  traslada la acción del clip original de N.W.A. de Compton a San Andreas para plasmar la equidistancia existente entre la asfixiante violencia callejera de la que surgieron Ice Cube, Dr. Dre & Co. y la aséptica violencia virtual que todos recreamos en Grand Theft Auto desde el mando de la Play. Never lose a fantasy football bet… (“Nunca pierdas una apuesta de fantasy football…”, juego de rol vinculado a la liga de fútbol americano, n.d.r) es el título del vídeo que Chuck Jose subió a YouTube el 1 de diciembre de 2014. Su descripción ya nos prepara para lo que veremos al darle al play: “… O crearás una versión doméstica, plano a plano, del videoclip Chandelier de Sia”. Eso es exactamente lo que tuvo que filmar el bueno de Jose al perder la apuesta y el vídeo, que muestra la comparativa entre el original y el (tronchante) suecado, lleva ya 3.647.869 reproducciones. Fan-freak power to the max!

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Roger Estrada